Han pasado casi dos años y medio desde que siquiera entré a este sitio. Casi dos años enteros sin siquiera recordar sobre su existencia. Han pasado miles de caras, miles de historias (la gran mayoría sin ningún sentido), miles de palabras, miles de sueños, cientos de triunfos, cientos de fracasos.
Y a pesar de tanta agua que ha pasado bajo el río sigo estando en el mismo lugar. Aún estoy de pié mirando el río. y por más que el agua pase por debajo nunca he sido capaz de saltar a las aguas de la vida. Y no es que no me atreva, es que he estado muy ocupado. He estado muy ocupado pensando en el momento adecuado para saltar. Muy ocupado pensando en si debí haber saltado hace 5 segundos, o si mejor me espero otros segundos más.
Y mientras el río avanza, todos avanzan. Menos yo: la sombra que mira desde la baranda. Que mira, que solamente mira. Ese observador que está tan obcecadamente mirando, que aveces es capaz de creer que ya esta en el agua, siente el frío del río, siente la fuerza de la corriente, siente como su ropa se va mojando y haciendo más pesada. Pero nada de eso es cierto. Todo está en su mente. Sólo es su reflejo.
Es el reflejo de una sombra, que mira desde las alturas, mientras sueña que atrapa otras sombras, que no son nada, son sólo sombras. Sombras que no valen la pena, que ya ni siquiera existen, que ni siquiera se merecen existir en la mente de el reflejo de este hombre, que soy yo. Sombras que parecen reales, pero son sólo sombras.
Sombras del pasado, sombras del presente y sombras de un futuro que probablemente no va a llegar. No mientras el reflejo de ese hombre atrape alguna de esas sombras que no son verdad, son sólo sombras.
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